viernes, 6 de abril de 2007

TEATRO... el arte de sentir

Wednesday, December 20, 2006
TEATRO... el arte de sentir

Una palabra extrana…



Las cosas son o no son, eso lo sabe cualquiera, por eso casi me muero de la risa cuando mi tía me dijo que en ese lugar había un fantasma que se comía a los que no querían ir a la escuela. Cualquier persona con un poco de sentido común sabe que los fantasmas, que ni siquiera existen, mucho menos pueden tener hambre.
El lugar del que les hablo es una casa grande, de paredes amarillas; tiene una puerta de madera cerrada con candado y un letrero que hace ruido cuando sopla el viento.
Cuando aprendí a leer pude descifrar lo que decía ese letrero: TEATRO. Cuando leí todavía más rápido, busqué también esa palabra en el diccionario. Decía: "Teatro: Lugar donde se hace teatro", pero como esto no me aclaró nada, esta tarde, yendo para la escuela, vi un vidrio roto de una ventana del edificio y decidí comprobar personalmente qué clase de lugar era éste. Ya dentro caminé algunos metros, todo estaba oscuro. De repente, una sombra se movió detrás de una cortina.
Di unos pasos: la sombra dio unos pasos también. Me di vuelta para ver de dónde provenía y solamente vi la ventana de los vidrios rotos. Casi me muero de risa otra vez. Era yo, es decir, mi sombra, mi propia sombra, detrás de las cortinas.
Decidí salir y volver a la escuela, porque de todas maneras, ahí me divierto bastante aprendiendo cosas que sí son verdaderas.
Trepé otra vez a la ventana teniendo cuidado de no cortarme con los vidrios. Pero antes de salir escuché una voz desde la oscuridad:
-Déjame vivir un instante más-.
Casi me caigo de la ventana.
Era un horrible fantasma.
- déjame vivir un instante más - repitió el fantasma con la voz quebrada.
Traté de dominar la situación, como dicen que hacen las personas valientes. Me quedé muy quieta. El fantasma dejó entonces de gritar, comenzó a hacer movimientos extraños, los repetía una y otra vez como los pasos mágicos de una brujería. Me acordé de la costumbre que tenía de comerse a los niños que no quieren ir a la escuela, entonces trepé a la ventana y (aunque no fuera lo que hacen las personas valientes), salí disparada de allí.
Apenas llegué a clase conté todo lo que había visto a mi mejor amigo.
-Sí cómo no - me dijo Martín.
La verdad es que Martín tenía razón de no creerme. Si no me hubiera pasado a mí, nunca lo hubiera creído.
No hubo otra manera de convencer a Martín más que llevarlo al lugar de los hechos, ya que ver algo con sus propios ojos es lo menos que puede pedir una persona inteligente antes de creerlo. Entramos por la ventana, el silencio era absoluto.
-¿Fue aquí?
-Aquí mismo - murmuré.
-¿No habrá sido algo que soñaste?
-No, no… creo que no- empecé a dudar.
En ese momento escuchamos un gemido y poco a poco, asomamos la cabeza por la cortina. Allí había alguien de rodillas. Contuve un grito. Un hombre con una espada estaba a punto de cortar la cabeza al fantasma del teatro.

-déjame vivir un instante más-. El fantasma gemía y el otro descargó con toda su fuerza un terrible espadazo sobre su cabeza.
El fantasma, se desplomó muerto.
-¿Quién anda ahí?-dijo el asesino aún con la espada en la mano.
Todos nos quedamos quietos, muy quietos.
Cuando se alejó un poco corrimos y apenas alcanzamos a salir por la ventana.
-Hay que llamar a la policía -dije.
Martín y yo estábamos totalmente aterrorizados.
martín y yo nos dimos cuenta de que no iba a servir de nada acudir a la policía si no teníamos pruebas. Una prueba era necesaria para que nos creyeran una historia tan extraña.
Al día siguiente entramos nuevamente por la ventana del viejo edificio. No había rastros del fantasma. Caminamos despacio por el lugar donde había quedado el cuerpo. El piso era de madera, crujía un poco al pisar. Había cortinas de terciopelo. Detrás, entre trapos, máscaras y una escalera percibí la punta afilada de una espada. Me acerqué. La recogí.
-Es la prueba que buscábamos- dijo Martín.
-Sangre- dije yo mirando mis dedos manchados de rojo después de haber rozado la espada.
Era mejor irse inmediatamente de ese lugar. Trepamos a la ventana y estábamos por salir corriendo cuando escuchamos una voz desde las sombras:
-¡Devuelvan lo que robaron!-.
Antes de echar a correr, la espada se me cayó de las manos.

y entonces él dijo, "déjame vivir un instante más"… Y ahí fue cuando lo mató.
-¿Lo mató eh? -dijo el abuelo de Martín.
-Sí, sí señor… pero no nos atrevemos a ir con la policía porque no tenemos pruebas. Le juro que por más extraño que parezca, ocurrió lo que le decimos, es cierto.
No sabía cómo hacer para que el abuelo, que seguramente era una persona razonable, pudiera creernos.
-Voy a regalarles algo -dijo el abuelo y trajo un enorme libro.
Lo abrió, y me señaló una frase: "Déjame vivir un instante más".
-¿Qué clase de libro es éste?
-Léanlo -respondió el abuelo.
-¿Es un manual para asesinos?
-¿Es un código secreto de fantasmas?
-¿Es que todos los que mueren dicen lo mismo?
En la portada del libro podía leerse Grandes obras de teatro.
¿Por qué nos había entregado ese libro el abuelo? ¿Será que los libros explican lo increíble? Fuera como fuese ese libro con ese extraño nombre no aclaraba el misterio del fantasma asesinado.
regresamos al teatro, la curiosidad era más fuerte que el miedo. Nuestros amigos no nos creyeron al principio. Tenían razón de no creer. Si nosotros no lo hubiéramos vivido, nunca lo hubiéramos creído. Y siguieron sin creernos. Porque en el teatro no había nada. Estaba todo limpio.
-Miren este sombrero- dijo riendo uno de nuestros amigos, totalmente inconsciente del peligro.
-¿Qué pasa si se enciende esta llave?- dijo otro igualmente tonto. Toda la sala se iluminó con una luz muy azul.
Pero lo más terrible fue cuando el más pequeño de todos, que había insistido en acompañarnos, se desmayó al meter la mano en una bolsa de plástico.
-¿Y esto qué es…? -preguntó.
Al sacar la mano de la bolsa vimos que la tenía empapada de sangre.
decidimos no hablar más del asunto. Ni siquiera quisimos leer el libro que nos había dado el abuelo. Si los fantasmas existían y se andaban matando unos a otros, era mucho mejor no meterse con ellos.
Una tarde, al salir de la escuela vimos una larga cola en la puerta del teatro. Estaba recién pintado y el letrero ya no hacía ruido con el viento. Supusimos que habían encontrado el cuerpo del pobre fantasma (si es que los fantasmas tienen cuerpo) y como la gente es tan curiosa, seguramente se amontonaban para ver. Allí también estaba mi tía, el abuelo y el policía del pueblo. Quizás el abuelo habría revelado ya nuestro secreto y pronto nos veríamos obligados a dar nuestro testimonio de aquel extraño crimen. Entramos al teatro. Aunque Martín y yo somos personas valientes estábamos asustados. La gente tomaba asiento en unas sillas dispuestas unas detrás de las otras.
Entonces comenzó lo increíble. Se corrió la cortina de terciopelo, se encendieron las luces azules y apareció el fantasma, vivo, como si nada le hubiera pasado, vestido con su extraña túnica.
Pasaron muchas cosas. El fantasma reía, maldecía, corría… en un momento dijo: -Déjame vivir un instante más- mientras el asesino le cortaba la cabeza con la misma espada que yo había tenido entre mis manos. Nadie intentó detenerlo.
Unos minutos después, la gente aplaudía y el fantasma, que había revivido otra vez se inclinaba en señal de agradecimiento mientras miraba en todas direcciones. No sé por qué permanecí allí a pesar del miedo. El fantasma y su forma de morir y vivir al mismo tiempo me hacían temblar de curiosidad y terror. Di un paso pero no pude ir más allá.
Me pareció que el fantasma me miraba, y alcancé a percibir en su boca una misteriosa sonrisa.
Cuando Martín y yo estábamos por salir nos detuvo una voz que conocíamos:
-Esperen, no se vayan.
Era, efectivamente, el fantasma, pero vestido normalmente, como las personas de verdad. Sin sangre, sin su blanca túnica y ya no parecía tan horrible.
Nos guiñó un ojo.
-Se las regalo… pueden usarla cada vez que tengan ganas de morir sin morir.
Y vuelvan a ver los ensayos cuando quieran.
-¿Qué es eso de morir sin morir? Las cosas son o no son… eso lo sabe cualquiera- respondí yo.
-Las cosas son o no son… pero cuando eres actor, todo puede suceder. Tómenla… tienen el poder de hacer que todo sea verdad y sea mentira a la vez.
Sonreí sin entender muy bien…
Dije "gracias". Ahora, además de sentir curiosidad y miedo me dieron ganas de gritar de alegría.
El teatro era entonces, un lugar donde se hacía posible lo imposible. Nunca había estado en un sitio tan fascinante.
Para disimular que estaba temblando, mientras me iba, sonriente, apreté en mis manos el mango de la espada brillante.

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