martes, 5 de junio de 2007

Narco

Narco
Marcos Pérez Ramírez
05-Junio-2007

Nació Luisito, pero no tardó en que lo apodaran bichote. Su abuelo murió del hastío, reventado por el ron, talando montes y dedicado a la bolita. Su abuela no terminó la escuela, a los quince años paría el primero de sus cinco hijos y, apestada del alcoholismo de su esposo y la pobreza, decidió ayudar al benjamín de la familia empacando un polvito blanco que los tecatos del barrio cocinaban en una cucharita para mandárselo por la vena.

Fue el ‘Benyi’ quien a sus quince procreó a Luisito con una nena que nunca lo arrulló, mas papá no llegó a los veintiséis. Murió abaleado. Quedó su cuerpo tendido sobre la acera cual pan mojado. Tendría Luisito unos diez años cuando abuela le puso una nueve en las manos. “Toma, ahora el bichote del barrio eres tú, yo estoy vieja y a papi lo traicionaron unos ratas que se llaman panas”, le dijo abu arrugada por el resentimiento. Más tarde moría, enjuta como un bejuco seco, consumida por un cáncer que nadie entendió.

Luisito ya era Bichote, un tipo endurecido capaz de matar a tiros a las ratas que se paseaban por los cables del tendido eléctrico. Iba a la escuela para mantener las apariencias, colmado de joyas y gevas, roncando en su motora. Cualquier problema verbal podía resolver, pero eso era cuando entraba a las aulas. La mayoría del tiempo atendía lo suyo, jangueba, contabilizaba la torta y se metía un chín de perico sólo cuando lo aquejaba un dolor de garganta.

Cumplió dieciséis y celebró con un pari: el barrio parecía una disco; trajo a cinco dúos reguetoneros para amenizar y había dos botellas de Don Perignon para cada uno de los invitados. Compró el silencio de todos y le dio pa’ bajo a cuanto rival apareció. Mucho roncó hasta que lo prendieron con un aka en una esquina. Bichote nunca celebró sus dieciocho años.